Semblanza de Juan Manuel de Rosas por el naturalista inglés Charles Darwin
“[…] El campamento del general.
Rosas está muy cerca de este río [Colorado]. Es un cuadrado formado por
carretas, artillería, chozas de paja, etc. No hay más que caballería, y
pienso que nunca se ha juntado un ejército que se parezca más a una
partida de bandoleros. Casi todos los hombres son de raza mezclada;
casi todos tienen sangre negra, india, española, en las venas. No sé
por qué, pero los hombres de tal origen, rara vez tienen buena
catadura. Me presento al secretario del general para enseñarle mi
pasaporte. Inmediatamente se pone a interrogarme del modo más altanero
y misterioso. Por fortuna llevo encima una carta de recomendación que
me ha dado el gobierno de Buenos Aires para el comandante de Patagones.
Lleva esa carta al general Rosas, quien me envía un atentísimo mensaje,
y el secretario viene en mi busca, pero esta vez muy cortés y muy
cumplido. Vamos a aposentarnos al rancho o choza de un viejo español
que había seguido a Napoleón en su expedición a Rusia.
Permanecemos
dos días en el Colorado; no tengo nada que hacer, pues todo el país
circundante no es sino un pantano inundado por el río en verano
(diciembre), cuando se funden las nieves en las cordilleras. Mi
principal diversión consiste en observar a las familias indias que
acuden a comprar diferentes géneros de poca monta en el rancho que nos
sirve de habitación. Se suponía que el general Rosas tenía unos 600
aliados indios. La raza es grande y hermosa. Más adelante encontré esa
misma raza en los indígenas de la Tierra de Fuego, pero allí el frío,
la carencia de alimentos y la falta absoluta de civilización la han
hecho feísima.
[…] El general Rosas expresó deseos de
verme, circunstancia de la cual hube de felicitarme más tarde. Es un
hombre de un carácter extraordinario, que ejerce la más profunda
influencia sobre sus compatriotas, influencia que sin duda pondrá al
servicio de su país para asegurar su prosperidad y su ventura. Dícese
que posee 74 leguas cuadradas de terreno y unas 300.000 cabezas de
ganado. Dirige admirablemente sus inmensas propiedades y cultiva mucho
más trigo que todos los demás propietarios del país. Las leyes que ha
hecho para sus propias estancias, un cuerpo de tropas (de varios
centenares de hombres) que ha sabido disciplinar admirablemente de modo
que resistieran los ataques de los indios: he aquí lo que ante todo
hizo fijarse en él y que comenzara su celebridad. Se cuentan muchas
anécdotas acerca de la rigidez con que hacía ejecutar sus mandatos.
Véase una de esas anécdotas: había ordenado, bajo pena de ser atado a
la picota, que nadie llevase cuchillo el domingo. En efecto, ese día es
cuando se bebe y se juega más; de ahí resultan disputas que degeneran
en peleas, en las cuales naturalmente representa su papel el cuchillo y
que casi siempre acaban en homicidios. Un domingo se presentó con gran
ceremonial el gobernador para visitarle; y el general Rosas, en su
apresuramiento por ir a recibirle, salió con el cuchillo al cinto como
de costumbre. Su intendente le tocó en el brazo y le recordó la ley.
Volviéndose entonces inmediatamente el general hacia el gobernador, le
dice que lo siente muchísimo, pero que tiene que abandonarle para ir a
hacer que le aten a la picota y que ya no es dueño en su propia casa
hasta que vayan a desatarle. Poco tiempo después convencieron al
intendente para que fuese a dejar en libertad a su jefe; pero apenas lo
había hecho así, se volvió el general y le dijo: ‘Acaba de
infringir a su vez la ley y tiene que ocupar mi puesto’. Actos como
esos entusiasman a los gauchos, todos los cuales poseen una alta idea
de su igualdad y de su dignidad.
El general Rosas es
también un perfecto jinete, cualidad muy importante en un país donde un
ejército eligió un día su general a consecuencia del siguiente hecho.
Se hizo entrar en un corral un rebaño de caballos salvajes y luego se
abrió una puerta cuyos montantes estaban unidos en lo alto por una
barra de madera. Se convino en que quien, saltando desde la barra,
consiguiera ponerse a horcajadas encima de uno de esos animales
indómitos en el momento de escaparse del corral y además lograra
sostenerse sin silla ni brida sobre el lomo del caballo y volviese a
entrarlo, sería elegido general. Un individuo lo consiguió y fue
electo, resultando sin duda ninguna un general muy digno de tal
ejército. También el general Rosas realizó esa hazaña.
Empleando
estos medios, adoptando el traje y las maneras de los gauchos, es como
el general Rosas ha adquirido una popularidad sin límites en el país y
luego un poder despótico. Un negociante inglés me ha asegurado que un
hombre detenido por haber muerto a otro, cuando le interrogaron acerca
del móvil de su crimen, respondió: ‘Le he matado porque habló con
insolencia del general Rosas’. Al cabo de una semana pusieron en
libertad al asesino. Quiero suponer que este sobreseimiento fue
ordenado por los amigos del general y no por el mismo Rosas.
[…] 18 de septiembre.-
Hoy hemos hecho una larga etapa. […] Dormimos en una de las grandes
estancias del general Rosas. Está fortificada y tiene tal importancia,
que al llegar de noche la tomo por una ciudad y su fortaleza. Al día
siguiente vemos inmensos rebaños vacunos; el general posee aquí 74
leguas cuadradas de terreno. Antiguamente empleaba cerca de 300 hombres
en esta propiedad y tenían tal disciplina que desafiaban a todos los
ataques de los indios.
Mientras cambiábamos de
caballos en Guardia, varias personas se acercaron a dirigirme una
multitud de preguntas acerca del ejército. Nunca he visto una
popularidad más grande que la de Rosas, ni mayor entusiasmo por ‘la
guerra más justa de las guerras, puesto que va dirigida contra los
salvajes’ Preciso es confesar que se comprende algún tanto ese
arranque, si se tiene en cuenta que aún hace poco tiempo estaban
expuestos a los ultrajes de los indios los hombres, las mujeres, los
niños, los caballos. Durante todo el día recorremos una hermosa llanura
verde, cubierta de rebaños; acá y allá una estancia solitaria, sin más
sombra que un solo árbol. Por la tarde se pone a llover; llegamos a un
destacamento, pero el jefe nos dice que, si no tenemos pasaportes muy
en regla, no podemos seguir nuestro camino, pues hay tantos ladrones
que no quiere fiarse de nadie. Le presento mi pasaporte, y en cuanto
lee en él las primeras palabras El naturalista D. Carlos, se vuelve tan respetuoso y cortés como desconfiado estaba antes. ¡Naturalista!
Seguro estoy de que ni él ni sus compatriotas comprenden bien qué podrá
querer decir eso; pero es probable que mi título misterioso no haga
sino inspirarle una idea más alta de mi persona. […]”
Darwin, Charles. Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo (en el navío de S. M. Beagle).
Si quieren acceder a una versión completa de este libro de Charles Darwin, visiten la siguiente página.